sábado, 9 de abril de 2011

¿Es sabio el Dalai Lama?

Esta semana recibí un mensaje de LinkedIn donde un internauta exponía "20 sabios consejos del Dalai Lama" (se pueden encontrar con Google). En general, los consejos destilan bondad y sabiduría hasta tal punto que todos los comentarios leídos en internet al respecto eran de total adhesión; como las votaciones "a la búlgara": 100% de aprobación. Es habitual que cuando una autoridad moral afirma algo, la gente de forma automática, se posiciona a favor, sin que exista una lectura crítica al respecto.  Sin embargo, discrepo de 3 consejos, y hoy expondré por qué no estoy de acuerdo con el Nº 18: "Juzga tu éxito según lo que has sacrificado para conseguirlo".


Según este aforismo, tiene más valor algo si lo hemos conseguido con mayor sacrificio, que implica alguna o todas de las siguientes cosas: dolor, esfuerzo, cansancio, penosidad, peligrosidad, privación, etc. Si no interpreto mal al "gurú tibetano", existe más éxito en un parto largo y doloroso que en otro corto y realizado con anestesia epidural. Tiene más valor la obtención de un titulo académico si el estudiante reside a 100 km de su colegio y tiene que madrugar mucho. Es más valiosa una cosecha si ha sido cultivada con bestias que si se ha usado un tractor y es más meritorio que te extraigan una muela sin anestesia.

Particularmente, no veo sabiduría alguna en lo anterior. Más bien aprecio una filosofía cruel donde es admirable el sacrificio, el dolor y la sangre. El cristianismo siempre ha preconizado el valor del ascetismo y del martirio como algo moralmente admirable y, por lo visto, el budismo tibetano tampoco se libra de este paradigma.

Una de las mayores conquistas de la humanidad ha sido precisamente reducir el sacrificio. Admiro la ciencia médica porque nos permite tratar enfermedades con el menor sufrimiento y  dolor posibles. Admiro a los físicos e ingenieros porque diseñan y construyen aparatos y máquinas que nos hacen la vida más cómoda.

viernes, 1 de abril de 2011

El ateísmo como obstáculo a la autoridad

Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, la religión ha ejercido un poder omnímodo sobre todas las esferas de la vida del individuo mediante el poder religioso, político, o ambos. Hasta el pontífice presente, la Iglesia Católica cuenta una lista de 265 papas en su bimilenaria existencia. El Papa, como jefe supremo de la Iglesia tiene las facultades de cualquier obispo, y además puede canonizar, nombrar cardenales y declarar dogmas. Conforme a la teología católica, el Pontífice está exento de cometer errores al momento de promulgar una enseñanza dogmática en materia de fe y moral. Es decir, el Papa nunca se equivoca, su infalibilidad es inherente al cargo. El Papa habla ex cáthedra: "desde la cátedra" o "desde el puesto del maestro". Este término se usa para ponderar la autoridad con la que alguien está afirmando algo. En español su significado sería "con autoridad". Una vez enumerado el impresionante poder y autoridad de esa autoridad religiosa, llega usted, un simple mortal, que tiene la mala costumbre de pensar por sí mismo y se ateve a proclamar: “Dios probablemente no existe”; “No creo que el Papa –ni ninguna persona- sea infalible”; “Confío más en mi propio juicio moral que en el juicio moral de otro ser humano”; “La religión es un invento humano que proporciona consuelo”; “Yo no necesito consolarme con ficciones metafísicas”; “Me gusta el mundo tal cuál lo veo”; “Soy capaz de disfrutar de esta vida, la única que tengo”; etc… Automáticamente usted se convierte en un ser peligroso porque, al pensar libremente, socava los cimientos que sostienen aquella autoridad: la obediencia. Da igual que usted sea científico, premio Nobel, que haya pasado una vida estudiando el universo o la naturaleza y que ellos no entiendan una palabra de lo que usted hable o escriba; la autoridad religiosa se permite la osadía de negar sus evidencias, sin aportar prueba alguna; solo necesita invocar el principio de que habla ex cáthedra así que no hay nada más que discutir. Los ateos han sido -erróneamente- considerados peligrosos, no porque hagan daño a nadie, sino porque atentan contra la autoridad religiosa. En general, cualquier persona que piense por sí misma y que esté subordinada jerárquicamente a otra, ya sea en el trabajo o en la iglesia, estará expuesta a las represalias de sus jefes. A menudo será tildada de díscola, perturbadora, follonera o problemática. De hecho, es muy habitual que para subir en el escalafón corporativo, se citen como meritorias otras virtudes antagónicas: Disciplina, subordinación, sacrificio, abnegación, lealtad, flexibilidad, etc. Y esto lo sé de buena tinta tras haber servido 20 años en el Ejército. Recuerdo, en el verano de 1978, cuando ingresé en el campamento militar de Monte La Reina (Zamora); los jefes nos hacían formar en una explanada cada domingo para escuchar la Santa Misa. Una vez perfectamente alineados los 800 jóvenes militares, se nos comunicaba en voz alta: “¡La misa es voluntaria, el que quiera que salga de formación!”. Jamás en mi vida observé tamaño fervor religioso: Una apabullante mayoría permaneció en las filas sin rechistar. Los pocos osados que dimos “un paso al frente” fuimos agrupados, al mando de un Suboficial, en una improvisada brigada de limpieza del campamento que se dedicó a recoger papeles y colillas durante el tiempo que duró la misa.